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lunes, 23 de mayo de 2011

El telescopio. La trama de su invención.


Siempre que se habla del telescopio, inconscientemente tendemos a relacionarlo con Galileo, hasta el punto de atribuirle su invención. Nada más lejos de la realidad, puesto que Galileo lo único que hizo fue solamente apuntar el telescopio hacia el cielo consiguiendo así comprender nuestra situación en el Universo. De todas formas resulta triste ver como muchos de los inventos de la humanidad no son atribuidos a sus autores, sino a listillos y aprovechados que supieron gestionar mejor una gran idea.

Tradicionalmente la invención del telescopio es atribuida al óptico holandés Hams Lippershey, el cual el 2 de octubre de 1608 solicita en Holanda la patente de un artilugio óptico que permite ver de cerca lo que está lejos. Pero a raíz de la publicación del historiador Nick Pelling (en la foto) en la revista británica “History Today” basándose en datos perfectamente contrastados, la duda sobre su invención se vuelve a suscitar, atribuyéndola con bastante buen criterio al óptico catalán Juan Roget.

Las investigaciones de Pelling parten del estudio previo e inacabado del doctor J. M. Simón de Guilleuma, el cual afirma que Roget ya había construido un telescopio en la última década del siglo XVI. Para ello se basa en la obra científica del óptico milanés y discípulo de Galileo, Girolamo Sirtori, en la que relata el encuentro que tuvo en Gerona en 1609 con un anciano óptico de origen francés llamado Juan Roget. Quien le mostró un telescopio enmohecido por el tiempo y las fórmulas anotadas en un libro que había escrito, gracias a las cuales Sirtori confiesa que pudo perfeccionar sus experimentos y redactar las tablas que reproduce en dicha obra.

Pero las indagaciones de Guilleuma van mucho más allá, ya que hurgando en los archivos municipales de Gerona y Barcelona, descubre el legado testamentario de fecha 1593 de Pedro de Carolona a su esposa, por el que le cede una “ullera de llauna per mirar de lluny”, teniendo la palabra “ullera” el significado de monóculo y que después fue usada para nombrar al telescopio. O sea, algo así como un catalejo para mirar de lejos. Pero la cita más interesante y que luego va a dar lugar a la trama de Pelling es cuando encuentra la relación de bienes de Jaime Galvany que procedieron a ser subastados el 5 de septiembre de 1608, y entre los que aparece de nuevo una ullera.

Pero lo más curioso del caso es que como dijimos antes, el 2 de octubre Lippershey presenta en secreto el invento en la oficina de patentes, y los días 14 y 17 del mismo mes, dos holandeses: Jacob Metius y Zacharias Janssen, presentan sendas patentes de objetos similares. Lo cual da lugar a pensar que se copiaron, ya que resulta muy raro, y mucho más en aquellos tiempos, que en dos semanas se presenten tres patentes similares.

A esta situación hay que añadir las declaraciones del hijo de Janssen el cual cuenta como su padre copió un diseño de un artilugio que había comprado y datado de 1590.

Con todos estos datos perfectamente contrastados, Pelling desarrolla la siguiente hipótesis: Parece ser que un mercader anónimo se hizo con el telescopio de Galvany en la subasta de bienes, el cual lo presentó días después en la feria de Frankfurt de novedades científicas. Para proceder a su venta se asocia con Janssen, el cual se da cuenta de la importancia del instrumento por lo que le pone un precio desorbitado. Al no ser vendido el telescopio vuelve a España, pero Janssen se queda con la idea y para proceder a su construcción pide ayuda a los ópticos Lippershey y Metius, sin darse cuenta que a la vez está propagando su secreto. Al estudiar el problema cada uno por separado se dan cuenta de que están ante la gallina de los huevos de oro, por lo que deciden patentarlo en secreto cada uno por su cuenta, adelantándose Lippershey por unos días, y privando así de la gloria al óptico gerundense Juan Roget.

Es obvio que el telescopio ya existía en España antes de ser patentado en Holanda en 1608, de todas formas también existen datos mucho más antiguos por los que según una leyenda tradicional japonesa describe como unos gigantes de pelo rojo y rubio saquean Japón con la ayuda de un tubo a través del cual se puede ver a miles de kilómetros.

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